viernes, 27 de junio de 2008

DESDE EL PUNTO CERO

por Andrés Santana

Como todos los días al regresar del trabajo con destino a mi casa me acerqué a visitar a los compañeros apostados en el “punto cero”.

Con este curioso nombre hemos bautizado el conglomerado de maderas, hierros y plásticos que conforman el rudimentario refugio que nos sirve de cobijo y atalaya, para vigilar los movimientos de la flota de camiones y tractores que los Hermanos Tito tienen apostados en los terrenos de los llanos de Juan Grande.

Era mediodía y el calor del Sol proyectaba sobre aquellas desiertas explanadas una atmósfera húmeda y sofocante.

En aquel momento sólo había dos compañeros de guardia, el más joven de los dos se entretenía colocando unos hierros para reforzar la peculiar construcción del “punto cero” y el otro de mayor edad, descansaba sentado bajo su cobijo eludiendo los rayos solares.

Agradecidos de poder conversar con alguien me invitaron a sentarme y durante unos minutos intercambiamos opiniones sobre el tema de la cárcel, del movimiento de nuestros políticos y de las últimas noticias que conocíamos referente a este asunto.

Cuando los temas de conversación se agotaron, un incómodo silencio hizo que el más joven volviera a su actividad anterior, mientras su compañero, que apenas había participado en la conversación aunque siempre estuvo muy pendiente de lo que se hablaba, se sumergió en una especie de trance en el que parecía ignorar todo lo que había a su alrededor, mientras miraba de manera obsesiva aquel grupo de tractores y camiones escoltados por un coche de la policía, aparcados al final de la pequeña llanura

Fuera el calor o la energía que desprendía la obsesión de mi compañero, que por unos momentos tuve la sensación de que compartir sus pensamientos.

Y me sorprendí sintiendo su misma rabia sorda y su impotencia para entender un problema que sobrepasaba los límites de su comprensión.

¿Por que esta ocurriendo esto? se preguntaba.

¿Que hemos hecho para que nos devuelvan tanto daño?

Todos los días y antes de que salga el Sol, mí mujer y yo ya estamos en camino hacia este lugar para tratar de impedir con nuestros propios cuerpos la construcción de esta cárcel.

Si nuestros amigos aseguran que no están autorizados para construirla, ¿por que la policía en vez de impedirlo viene siempre a nuestro encuentro, como si fuéramos malhechores?

¿Es necesaria esta provocación diaria para enfrentar nuestras pocas fuerzas contra ese grupo de policías?

No estamos luchando por nuestro futuro, por que con nuestra edad y los dolores que nos atacan por todos lados, sería estúpido hacerse ilusiones. Estamos luchando por salvar nuestra historia, para que la memoria de nuestro pueblo no desaparezca bajo las garras de tanta codicia.

Aquí nacieron, vivieron y murieron mis queridos viejos, de aquí fue el primer aire marino que impregnó todo mi cuerpo de ese amor sin reservas que siento por el indómito mar que acaricia nuestra costa.

En su pequeña playa conocí a la mujer que ha llenado de felicidad tantos años de mi vida y su arena fue testigo de los juegos con mi pequeño hasta que ya mayorcito quiso buscarse sus propios amigos.

No quiero oír las extrañas razones que mueve a nuestro gobierno para edificar junto a nuestros hogares semejante disparate, pues seguro que son las mismas mentiras con las que nos engañaron para encasquetarnos el apestoso vertedero.

Resulta doloroso que mi hijo, después de la tristeza de verlo emigrar de estos queridos lugares para encontrar su propio futuro, me traslade sus reticencias a visitar la casa de sus padres ante el temor de que las emanaciones nocivas de este vertedero puedan afectar la salud de mi nieto.

Siempre tuvo tendencia a exagerar, pero a veces me pregunto si no estaremos siendo victimas silenciosas de enfermedades provocadas por nuestra cercanía a esta fuente de infecciones.

Mi mujer hoy no ha podido acompañarme porque le dolía mucho las piernas, y me va a ser difícil explicarle lo que este señor me ha contado sobre los comentarios de las radios y periódicos de la capital.

Dicen que somos insolidarios y casi unos terroristas que estamos impidiendo la construcción de una cárcel buena para todo. Nunca entenderé que puede haber de bueno en una cárcel, a lo lo mejor mi mujer me lo aclara, siempre ha sido más lista que yo.

Y lo de terroristas, Jo, ya quisiera yo y la mayor parte de los que diariamente acudimos a esta cita, disponer de las fuerzas necesarias para arréglarles las cuentas a más de uno.

Viendo que el buen hombre parecía haberse olvidado de mi presencia, me levanté silencioso y cuando abría la puerta del coche su voz me hizo volver para verle despedirse levantando la mano en un gesto amistoso que reforzó con un sentido…

Adiós compañero, hasta mañana temprano.


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