miércoles, 28 de octubre de 2009

ENTRE EL MAR Y LA MONTAÑA, ESCONDIDO DETRÁS DE LA COSTA, EL SALADAR, UN MUNDO NATURAL


JESÚS RUIZ MESA
8 de octubre de 2009

El autor del artículo, vivió su niñez en Gran Canaria, pero por razones de trabajo se trasladó a Madrid donde residió por 35 años. Actualmente es prejubilado de la Compañía Iberia donde desempeñaba funciones de Tripulante de Cabina de Pasajeros y Sobrecargo. Escribe artículos para diversos diarios digitales y es aficionado a la fotografia desde hace muchos años. Colabora también con Centros y Círculos Culturales, Concejalías de Cultura, Asociaciones, Museos, etc.
Después de viajar por todo el mundo afirma de nuestra tierra que “estamos en un entorno geográfico muy importante, y las consecuencias volcánicas de nuestra geología son únicas en el mundo. En países muy cultos, más civilizados que el nuestro, estas zonas, aparte de considerarse muy protegidas, son motivos de constantes estudios, por parte de Instituciones, Ciudadanos y Centros Educativos.”Por ello onsidera muy importante difundir y dar conocer nuestros valores paisajísticos y naturales.

Hoy queriéndome meter en el paisaje costero de nuestra isla, en el límite que bordea, que separa mi objetivo del punto de enfoque, miro al frente buscando un más allá por cambiar el recuerdo de los años en que mis límites visuales eran la meseta y unas montañas, la llamada Sierra de Madrid, que cubiertas de nieve tenían un especial encanto paisajista, le doy la vuelta al mapa del espacio y del tiempo, quiero conocer mejor mis nuevas fronteras.

Me fui al Castillo del Romeral por una extraña y curiosa atracción hacia estos litorales, en compañía de mi cuñado Chano, un sabedor de mareas, un experto, conocedor y aficionado de toda la vida de los fondos marinos, veriles, pesqueros, un apasionado como buen isleño a este milenario arte de la pesca, el eterno pescador que en silencio, otea la línea de costa, el estado de la mar y por supuesto busca las mismas posibilidades, más o menos cercanas, de encontrar el lugar adecuado para conseguir las deseadas capturas, que discretamente ha visto ya en otros, con las mismas ganas, ilusiones que le animan a comenzar sus lances, todo un caballero de la pesca con sus debidas precauciones, respetando y dando ejemplo de sus obligaciones con el mar y sus habitantes submarinos.

Una llamada, una querencia marina, un ser extraño me atraía, y dejando a su suerte a mi pariente con sus aparejos de pesca, descubro una gran extensión verde, una zona intermareal, que me llama poderosamente la atención situada entre la línea marina llegando casi hasta la carretera que discurre al pie de las erosionadas montañas resquebrajadas por inmensos y solitarios barrancos de paredes basálticas y vegetación endémica.

Me perdí entre aquellos matorrales sin pensar en la sorpresa que me iba a deparar la presencia de este escondido paraje. Por un camino angosto, de piedras, de polvo, de huecos producidos por las rodaduras y huellas de otros neumáticos, llego a un área que me deja atónito por la repentina aparición del saladar que me rodea, desde mi ángulo y posición hago un alto para situarme mejor y poder captar imágenes con más comodidad, la mezcla de maleza, vegetación autóctona y arbusto, que casi me cubre hasta la cintura, esconde un laberinto de canales cubiertos de blanco y crujiente salitre, en pequeñas hoyas que recientemente el agua de mar había inundado, ocupando con inundaciones de agua salada, la superficie que bajo la multicolor vegetación costera, se extiende entre charcos con sedimentos de tierra, lodo, arenas, callaos y limos dispersos , a veces bien visibles a pesar de ser aguas estancadas.

Zonas especiales por sus características naturales, ecológicas y medioambientales, debidamente estudiadas, observadas y determinadas por los especialistas en estos temas, los colectivos ecologistas y que nos ponen en aviso de la importancia de las extremas medidas urgentes de protección que hay que llevar a cabo, para que no se pierdan estos lugares en los medios costeros de nuestra isla, próximos a vertederos, encontrándose dentro de las vías migratorias de las llamadas aves costeras, que descienden por la costa de África desde el norte de Europa o del Atlántico Oriental.

Llego a un lugar inhóspito, con un particular encanto propio del medio natural que le rodea, humedales, pequeños arbustos, algunos endémicos, árboles que retuercen sus troncos y sufrido ramaje, sometidos al viento dominante, tarajales costeros, cuyas raíces se enganchan al arcilloso y arenoso suelo en simbiosis con el resto de flora y fauna que los envuelve; caminos que se pierden, unas veces ocupados por el agua, que del mar cuando la marea sube, penetra por los laterales desde las caprichosas y empedradas orillas, aparecen y desaparecen entre el manto de multicolores especies que conforman la flora de estos fenómenos naturales de adaptación del medio. Es un paisaje realmente curioso, observándolo dentro de su cuerpo natural, escondido, agazapado y en el silencio de su hábitat, sólo me resta pensar y reflexionar, ¿Dónde me he metido?, esto supera la idea que yo tenía de un humedal de estas características en mi isla de Gran Canaria, en un medio ambiente protegido, una forma de paraíso en forma de naturaleza salvaje que puedo tocar con mis manos, y abrazar con todos los sentidos que todavía le van quedando a un sesentón, como el que les relata esta experiencia.

El mar que al cambio de marea ya dejaba ver cómo por sus pequeñas rías entre las piedras, penetraba lentamente y llenaba las lagunas interiores, dando un aspecto de limpieza, renovación de aguas estancadas durante el tiempo de la pleamar, discurría como si afluentes del mismo manantial se desparramaran por toda la superficie del humedal, llenando de vida, de frescor y atmósfera idónea para la conservación de la densa y baja vegetación reinante, y de todo lo que a veces no nos damos cuenta que tenemos a nuestro alrededor, nuestra propia procedencia, nuestra génesis vital a lo largo de los millones de años que por ciertas coincidencias químicas, cambios y evoluciones celulares, se originaron en nuestro planeta.

En medio de la laguna formada con los aportes de agua salada que por la orilla pétrea penetra e inunda todo el saladar costero, unas aves, las llamadas costeras, unas veces estáticas, posadas sobre el bajo acantilado, otras revolotean y planean de un lado a otro de los bordes de la extensa charca, sobrevolando en sus idas y venidas en vuelo rasante el plano de agua de la línea de playa, sorteando olas, la gaviota parda, el correlimos común, la garceta común, la garceta real, el vuelvepiedras común, el zarapito real, zarapito trinador, el chorlitejo patinegro, chorlitejo gris, charrán patinegro. Aves que en su paso por estas latitudes hacen de esta zona de humedales su lugar de nidificación, cría y alimentación.

El trinar, revolotear y piar de las aves acuáticas rompe intermitente el silencio de la atmósfera sobre mi cabeza y un poco más alejado me llega el bronco golpe y rastreo sonoro de las olas que se cuelan por los intersticios de los apretados, duros, ovoides y planos callaos, que en inconmensurable cantidad se alinean hasta perderse por toda la orilla de esta costa de Castillo del Romeral, un verdadero espectáculo de los que participas si te aplicas con la misma paciencia que aquel pescador, y te das cuenta que no observas, eres observado, que no te introduces en el saladar, él se mete en ti, que no descubres nada, ya está descubierto, pero para ser un primerizo, los ojos se me abren ante tanta naturaleza y te conviertes en un descubridor de lo que sabías que existía pero no lo conocías, una grata experiencia visual para una retina mal acostumbrada a los desmadres urbanísticos.

Pues bien, no me queda más que regresar en calma y un poco excitado por volver a ver lo que mi cámara ha registrado, pudiéndome llevar alguna que otra sorpresa, doy la espalda sin dejar de echar la vista atrás, sigue cayendo la tarde, un haz de luz atraviesa un grupo de oscuras nubes que se desplazan hacia el sur, y en forma de abanico llenan el horizonte sureño de cierto misticismo. Dos jóvenes surferos desde la distancia esperan la ola reina para deslizarse sobre su cresta, nos saludan sobre su tablas, dejo un mundo viejo en su ensoñación, nuevo para mí, y me hago una reflexión como una recopilación de lo vivido y experimentado esta tarde.

Me he sentido como si fuera el último eslabón de la escala evolutiva de la naturaleza, en el último segundo, del último minuto, de la última hora de una tranquila jornada, sosegada, con nubes entre las que se colaban los fotones de un sol que caía hacía el oeste en el crepúsculo, a lo lejos pintaban de rojo las paredes y roques, altares de las deidades aborígenes, que entre los barrancos asomaban como si no quisieran perderse en la noche anunciada, duerme el saladar la noche de los tiempos, aún respira, está vivo.

*Esta zona está considerada como Espacio Natural Protegido, declarado LIC por la Comisión Europea, aérea que comprende todo el saladar ubicado en Juncalillo del Sur al lado de El Castillo del Romeral, con salinas del siglo XVIII ya afectadas. Son zonas declaradas IBA (Important Bird Area), para la Organización internacional SEO Bird Life.

RESPETEMOS Y CUIDEMOS NUESTROS ESPACIOS NATURALES ES NUESTRA RESPONSABILIDAD

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